Cerro Chirripó
El sol ni siquiera se ha levantado cuando los
caminantes ya se enrumban hacia el macizo de sus sueños.
Tras un descanso fugaz, todas las puertas en los
albergues que inundan el pequeño poblado de San Gerardo de Rivas, suenan a las
3 a. m. anunciando que llegó la hora de levantarse.
Para quienes viajan por primera vez al Chirripó, la
emoción de lo desconocido lo invade todo. Aquellos que regresan a visitar a su
viejo amigo, viven la experiencia como si fuera la primera.
A pie o en cajones de carros doble tracción, los
caminantes se internan en la oscuridad de la madrugada por un camino de piedra
y lastre que los llevará al punto de arranque de su escalada.
En la espesura de la oscuridad, apenas es posible
distinguir el rótulo: “El termómetro”. Este es el inicio de una caminata que,
en promedio, consumirá seis horas de ascenso, entre bosque nuboso y páramo
desolado. No en vano bautizaron a esa primera gran cuesta así. Es un kilómetro
y medio de camino ascendente, donde los escaladores empiezan a experimentar la
falta de oxígeno y la rudeza de un sendero de piedras y cuestas continuas.
Esa primera prueba les servirá de indicador para el
resto del camino pues, en cuestión de pocas horas, se pasará de los 1.400
metros sobre el nivel del mar a 3.400 ó más.
En promedio, se tardan dos horas en llegar a la
entrada del Parque Nacional Chirripó, cuyo punto más importante es el macizo,
pero que también ofrece al visitante más de 50.000 hectáreas para desplazarse.
El recorrido es fresco, entre bosques repletos de
“barbas de viejo”, un musgo que cuelga de los follajes y acompaña al viajero en
buena parte del recorrido.
Los primeros bostezos del sol se filtran entre las hojas
de altísimos árboles de roble y encino. La sinfonía de colores que se ofrece a
la vista es capaz de aliviar cualquier molestia muscular que, a esa altura del
viaje, se pudiera llevar consigo.
Como convocado por el pensamiento, a medio camino
aparece el refugio de Llano Bonito, convertido ahora en una casona bien hecha y
equipada para que los viajeros hagan un breve descanso, tomen agua y froten sus
pies adoloridos.
Llano Bonito está a 7 kilómetros del albergue
Crestones y a 13 del macizo. Es el reposo para tomar fuerzas, pues lo que viene
es la parte más dura de ese primer día de ascenso.
Lo que sigue, la Cuesta del Agua, es signo
premonitorio y respiro antes de comenzar a escalar un muy difícil trayecto,
pero no por eso menos hermoso: la Cuesta de los Arrepentidos.
La del Agua es una ruta angosta, en la que se topan
quienes ascienden y descienden del cerro. En más de una ocasión, el caminante
debe dar campo al paso veloz de las yeguas y sus guías, los mismos que cargaron
apenas horas antes las mochilas más pesadas hasta el albergue Crestones.
Los pájaros no dejan de silbar en todo el trayecto.
Es la única música que acompaña aparte de los aguaceros interminables que rajan
el cielo en el invierno.
Quienes tienen la suerte de viajar en verano, serán
acompañados por el zumbar de los insectos y por el canto de los pájaros campana
y los jilgueros en los primeros metros de ascenso.
Decenas de colibríes de todos tamaños y colores
acaban de empujar al viajero hasta el albergue Crestones, donde a muchos los
espera un buen plato de comida caliente y el ansiado descanso.
Llegar al Chirripó no solo es alcanzar el punto más
alto del país. Es entrar en contacto con una formación natural moldeada a lo
largo de millones de años, tras épocas glaciares que dejaron su marca en rocas
y lagunas.
Aunque se puede recorrer el Valle de los Conejos, el
de los Lagos y el de las Morrenas, visitar Ventisqueros y escalar los riscos en
Crestones son, sin duda, de las vivencias más emocionantes.
El frío no importa pues la energía que allí se
respira apaga cualquier posibilidad de congelamiento.
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