Volcán Arenal
Hay días en los que el viejo gigante amanece
de pocas pulgas. Se despierta gruñendo y esconde la cara bajo una cobija de
nubes.
Es cuando no tiene afán de protagonismo a
ninguna hora. De nada valen las súplicas para que deje ver, “aunque sea un
poquito”, su esbelta silueta cónica.
Hace casi cuatro décadas que anda así de quisquilloso.
Se nubla y se despeja como un parpadeo; grita, escupe fuego y hasta le da por
tirar piedras.
Pero algo tiene ese gigante para que sus
vecinos le perdonen tantos desplantes; de hecho, miles vienen de todas partes
del mundo atraídos por él.
Y es que, para los de aquí y los de allá, el
espectáculo de ver completo al volcán Arenal no se paga ni con tarjeta de
crédito.
Vale la pena esperar horas de horas hasta que
la más pequeña nube se aleje lentamente de su cráter más alto, como empujada a
punta de soplidos.
El valor del espectáculo aumenta si el coloso
no ha cambiado de humor tras el ocaso. Como en los cuentos de hadas, se
transforma por las noches en un dragón de arena que tiñe de rojo el oscuro
cielo sancarleño.
¡Único!
¡Colosal! ¡Maravilloso! Dicen por ahí que las fiestas de La Fortuna nunca
cierran con juego de pólvora. La atracción pirotécnica la patrocina su viejo
amigo, el mismo que un día los hizo llorar y ahora los ayuda a crecer.
Pero el 29 de julio de ese año, el viejo
gigante despertó de mal humor... A las 7:30 a. m., la tierra retumbó y de lo
alto del “cerro” brotaron serpentinas de fuego. Tres cráteres se abrieron en el
flanco oeste. Uno de ellos provocó una explosión y emanó una nube ardiente que
devastó 12 kilómetros cuadrados.
La muerte rodó por las laderas del volcán .
En unas horas, los caseríos de Tabacón, Pueblo Nuevo y El Castillo fueron
arrasados, 87 personas fallecieron y otras 6.000 debieron dejar sus casas y
buscar otros refugios.
Unos meses después, ese mismo cráter empezó a
emitir coladas de lava y se mantuvo activo hasta 1973, cuando la actividad
migró al cráter que aún se mantiene activo. Hoy las piedras bajan dando tumbos
desde lo alto y dejando un hilo de humo hasta llegar a la base del volcán.
Cientos de rocas caen cada hora hasta
detenerse junto a las millones de ellas que se han acumulado en los últimos 39
años.
Por las noches, los hilos se tiñen de rojo y
el Arenal sacude su cabellera incandescente.
Esas rabietas nocturnas son el imán para
cientos de turistas que permanecen horas con la vista clavada en el mismo
punto.
Pero llegar hasta La Fortuna y conformarse
con mirar al Arenal desde el balcón de un hotel cuatro estrellas no tiene
gracia. Es como pagar la entrada al cine y salirse en los prólogos. Hace falta
tentar al dragón e ir a la puerta del castillo encantado.
Por el arenoso sendero del parque nacional,
se llega hasta la base del volcán, donde las piedras parecen a punto de caerte
en la cabeza.
El volcán no deja de retumbar en todo el
trayecto, como tampoco acaba el cantar ensordecedor de las chicharras.
Aún en temporada baja, cientos de personas
visitan el parque cada día, mientras otros muchos disfrutan de los atractivos
turísticos que rodean al macizo.
Lo que ayer fue tragedia hoy es una mina de
oro. La Fortuna se ha convertido en un enjambre de hoteles, restaurantes y
balnearios construidos alrededor del viejo dragón de arena que a veces se
levanta de pocas pulgas.
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