lunes, 20 de febrero de 2012

volcán arenal


Volcán Arenal

Hay días en los que el viejo gigante amanece de pocas pulgas. Se despierta gruñendo y esconde la cara bajo una cobija de nubes.
Es cuando no tiene afán de protagonismo a ninguna hora. De nada valen las súplicas para que deje ver, “aunque sea un poquito”, su esbelta silueta cónica.
Hace casi cuatro décadas que anda así de quisquilloso. Se nubla y se despeja como un parpadeo; grita, escupe fuego y hasta le da por tirar piedras.
Pero algo tiene ese gigante para que sus vecinos le perdonen tantos desplantes; de hecho, miles vienen de todas partes del mundo atraídos por él.
Y es que, para los de aquí y los de allá, el espectáculo de ver completo al volcán Arenal no se paga ni con tarjeta de crédito.
Vale la pena esperar horas de horas hasta que la más pequeña nube se aleje lentamente de su cráter más alto, como empujada a punta de soplidos.
El valor del espectáculo aumenta si el coloso no ha cambiado de humor tras el ocaso. Como en los cuentos de hadas, se transforma por las noches en un dragón de arena que tiñe de rojo el oscuro cielo sancarleño.
¡Único! ¡Colosal! ¡Maravilloso! Dicen por ahí que las fiestas de La Fortuna nunca cierran con juego de pólvora. La atracción pirotécnica la patrocina su viejo amigo, el mismo que un día los hizo llorar y ahora los ayuda a crecer.
Pero el 29 de julio de ese año, el viejo gigante despertó de mal humor... A las 7:30 a. m., la tierra retumbó y de lo alto del “cerro” brotaron serpentinas de fuego. Tres cráteres se abrieron en el flanco oeste. Uno de ellos provocó una explosión y emanó una nube ardiente que devastó 12 kilómetros cuadrados.
La muerte rodó por las laderas del volcán . En unas horas, los caseríos de Tabacón, Pueblo Nuevo y El Castillo fueron arrasados, 87 personas fallecieron y otras 6.000 debieron dejar sus casas y buscar otros refugios.
Unos meses después, ese mismo cráter empezó a emitir coladas de lava y se mantuvo activo hasta 1973, cuando la actividad migró al cráter que aún se mantiene activo. Hoy las piedras bajan dando tumbos desde lo alto y dejando un hilo de humo hasta llegar a la base del volcán.
Cientos de rocas caen cada hora hasta detenerse junto a las millones de ellas que se han acumulado en los últimos 39 años.
Por las noches, los hilos se tiñen de rojo y el Arenal sacude su cabellera incandescente.
Esas rabietas nocturnas son el imán para cientos de turistas que permanecen horas con la vista clavada en el mismo punto.
Pero llegar hasta La Fortuna y conformarse con mirar al Arenal desde el balcón de un hotel cuatro estrellas no tiene gracia. Es como pagar la entrada al cine y salirse en los prólogos. Hace falta tentar al dragón e ir a la puerta del castillo encantado.
Por el arenoso sendero del parque nacional, se llega hasta la base del volcán, donde las piedras parecen a punto de caerte en la cabeza.
El volcán no deja de retumbar en todo el trayecto, como tampoco acaba el cantar ensordecedor de las chicharras.
Aún en temporada baja, cientos de personas visitan el parque cada día, mientras otros muchos disfrutan de los atractivos turísticos que rodean al macizo.
Lo que ayer fue tragedia hoy es una mina de oro. La Fortuna se ha convertido en un enjambre de hoteles, restaurantes y balnearios construidos alrededor del viejo dragón de arena que a veces se levanta de pocas pulgas.


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